quinta-feira, 23 de fevereiro de 2017

Entender la migración como un drama

Como lo pueden atestiguar miles de guatemaltecos que tienen ancestros extranjeros y cuyas familias son producto de la migración, quienes abandonaron su país para buscar otros horizontes generalmente lo hicieron desesperados por la falta de oportunidades y la pobreza que sufrían en su lugar de origen. Salvo unos pocos, auténticos aventureros que izaron velas para ver qué pasaba y poquísimos que vinieron como inversionistas, la inmensa mayoría de los migrantes salieron con una mano atrás y otra adelante, exactamente igual a como se van nuestro compatriotas, y pasaron muchas penas para superarse.
El guatemalteco que va a Estados Unidos no lo hace por vacilar ni para ir a gozar de una vida placentera. Son personas que se matan trabajando con enorme responsabilidad y soportando una serie de sacrificios con la intención de enviar dinero a sus familias y, hasta ahora, con el sueño también de poderse llevar poco a poco a su entorno familiar. Siempre han sentido el peso de miradas recelosas, pero más luego que Trump los identificara a todos como criminales y violadores en una generalización absolutamente torpe y racista. A diferencia del entorno que acogió a muchos de los migrantes, especialmente de origen europeo, cuando vinieron a Guatemala, donde encontraron un ambiente muy receptivo que les abrió las puertas para colocarse casi en la cúspide de la pirámide social, el chapín que llega a Estados Unidos se topa con una adversidad producto de un racismo subyacente que, sin embargo, ahora está aflorando con mayor facilidad.
La diferencia más grande está en que los países europeos, como España, que generaron importantes olas migratorias en el pasado, han alcanzado niveles de desarrollo que los convierten en receptores de migrantes. En cambio en Guatemala nuestros sucesivos gobiernos se han dedicado única y exclusivamente a robar, en complicidad con muchos vivos empresarios, sin intentar siquiera un esbozo de políticas de desarrollo que lleven oportunidades a nuestra gente en sus lugares de origen. El guatemalteco que hoy nace pobre está virtualmente condenado a morir pobre y, salvo los siempre notables casos de excepción, sus hijos también sufren la misma condena.
Nadie piensa en el sufrimiento del padre de familia, que emigró para enviar dinero a su mujer y sus hijos, en esas noches solitarias en un oscuro cuarto que comparten con otras personas que están también en situación irregular en Estados Unidos. Ellos, como nosotros, desean compartir el tiempo con sus familias y las extrañan terriblemente. Lloran por la impotencia para reunirse como sería su deseo, pero saben que nuestra sociedad ha determinado que su único destino, si quieren dar mejor sustento a los suyos, es irse al norte en busca de una oportunidad.
Su estadía nunca ha sido fácil, pero ahora será mucho más difícil, y no sólo por las disposiciones migratorias de Trump, sino especialmente porque se siente y palpita en ese país promotor de los derechos civiles, el resurgimiento de un trato de desprecio a las minorías y de manera muy especial hacia el inmigrante hispano pobre, ese que asocian con en el estereotipo que pintó el candidato republicano durante su campaña. Y hoy vino el general Kelly para traernos la nueva de que muchos de ellos serán deportados en los próximos meses.
La Hora
Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
www.miguelimigrante.blogspot.com

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